memorias de arturo.

Que horrible es pasar el invierno bajo un árbol de hojas caídas y que no te cubra de la fría agua, sino que pasan las gotas directamente a mi cuerpo, vulnerable. He vivido toda mi vida en este lugar, y en todo este tiempo no he conocido situación más incómoda que el pasar un invierno bajo el árbol. Mis brazos están fríos, mi estomago se llena de agua, mis hombros se oxidan y nadie se preocupa si estoy enfermo de gripe (aunque para ser sincero, yo no me resfrío. Mis pulmones nunca existieron, es todo una vanidad mía). Cuando estaba en el taller, y yo era un pequeño montón de hojalata amontonada , fierros a medio torcer y una pila de tuercas guardadas desde hace años en un cajón de roble. Puedo recordar que papá me decía que cuando yo estuviera listo, sería fuerte y resistente, y que nada ni nadie podría dañarme. Pero hoy puedo darme cuenta de como las cosas cambian, me siento desgastado y viejo. Mis ropas se me han ensuciado y se descascararon con la lluvia; mis brazos ya están débiles, uno desnivelado y las partes de mis hombros se han oxidado completamente. Al balancearme con el viento, rechina que rechina. Que impotencia no poder gritar a los cuatro vientos que horrible es estar postrado aquí, siempre sobreviviendo al tiempo y esperando que algún día la eternidad me llame y me diga que mi misión ha concluido. Así ha sido, y seguirá siendo el diario vivir de mi vida. Pasando las horas, días y noches enteras, esperando a que venga un vago y revise mi estómago; que pase la gente cerca mío, elimine su estorbo, y que siquiera te dé las gracias. Peor aún es la situación cuando pasan esos tipos trolados y te llaman arturito: te patean para que me balancee y te hablan en un idioma raro y dicen "pipipiuuum". No los aburriré más, pero gracias por escucharme.