12 de noviembre de 2007

el heraldo.

Un día tuve la oportunidad de conocer un ángel. Estaba vestido completamente de amarillo y llevaba una gorra con forma de sol en la cabeza. Alrrededor del cuello se podían ver unos hermosos bordados de oro con miles de peces; en el pecho, una insigna que dice "luz de estrellas" y en la espalda una gran flor con forma de rosa. Olía a vainilla o manzana, no puedo recordarlo bien pero si pude notar el detalle que llevaba en los pies, unas sandalias de cañamo, y detrás de sus hombros (como si no fuera bastantemente notorio), dos gigantescas y hermosas alas. -¡Que hermosa eres!- le dije. -Lo sé, me han nombrado alejandra. Ese es el motivo por el que vengo hasta acá- Pensé bastante rato, dudé. Me preguntaba si realmente era lo que yo creía. Hubo silencio. -¿Tu eres de esos ángeles que están al lado de uno todo el tiempo y no los notas nunca porque son invisibles?- -Que imaginativo eres, pero estás en lo cierto- Me dijo sonriendo. En aquel momento, una gran luz apareció detrás de ella. Su destello era tan inmenso que me dejó completamente cegado. No entendía nada. Trataba de reaccionar, pero estaba desorbitado, no sentía más que un fuerte calor en mi espalda y un notable cambio en el peso sobre mis pies. -¡¿Qué ocurre?!- -Tranquilo- me dijo -solo se trata de tu iniciación, relájate. -¿Mi iniciación? ¿iniciación de qué?- -De ángel pues, ¿de que más?- -Pero, pero. ¿Cómo? si nunca me lo preguntaron- -¿Me encuentras bella?- -Sí, eres hermosa- -Pues entonces, tú lo has dicho...- Aquella afirmación habría de sentenciarme a lo que siempre quise ser. Mi rostro rejuveneció y mis manos se tornaron suaves, y mientras que mi voz cada vez sonaba más dulce crecieron en mi espalda dos alas grandototas que llegaban hasta mis pies. Entonces fué cuando el ángel me tomó del brazo y me llevó hasta un lago para mirarme al espejo que se formaba en el agua; no lo podía creer, ¿yo un ángel? ¿acaso mis meritos de mortal fueron suficientes para tener dicha responsabilidad?. Solo sabía que en mi cabeza que todo era confuso y no lograba comprender nada. Al cabo de unas horas, después de sentirme cómodo con mi nuevo cuerpo, paseamos. Recorrimos toda la tierra mirando por última vez a los mortales ( "mortales", ¡já! ). Era la hora de partir a donde viviría el resto de mis días y yo no quería dejar la tierra. Cuando llegamos, no había nada y había todo en un segundo. Eran infinitos colores y no colores en un solo lugar; era el cielo, la tierra y el mar en una gran caja de arena, donde jugaría todo el resto de mi vida. Entonces comprendí que ese día, nací por primera vez.

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